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Cultura

La sangre paralela: ‘El amante polaco’, de Elena Poniatowska

Por: Evelina Gil / La Jornada Semanal

Ciudad de México, 27 de agosto.- Este artículo repasa los rasgos esenciales y el tramado de ‘El amante polaco I’ (2019) y ‘II’ (2021), quien fuera el rey Stanislaw Poniatowski (1732-1798), ancestro de Elena Poniatowska e, inevitablemente, también los trazos de su propia historia en Europa, Estados Unidos y México.

Todas las niñas, las de antes, soñaban con ser princesas. Cada una a su manera. ¿Qué se sentirá, a tan temprana edad, saber que eres una de verdad, en el seno de una familia de la Colonia del Valle? ¿Qué épicas aventuras poblarán los sueños de una niña que conoce su árbol genealógico y se sabe descendiente de un personaje histórico, para mayores señas, un rey de Polonia, aunque la monarquía se haya extinguido en dicho país? Este cuento de hadas forma parte de la cotidianidad de quienes tenemos la fortuna de conocer y visitar a Elena Poniatowska, princesa de carne y hueso, imperial escritora, novela que respira. Algunos de sus libros parten de experiencias personales, como La piel del cielo, inspirada en su esposo, el astrónomo Guillermo Haro (1913-1988). Su origen noble nos ha guiñado, como obviando esa parte de su genética… o más atraída por realidades aparentemente más simples, o más arduas, como las de Jesusa Palancares o Paulina del Carmen, la adolescente forzada a parir al hijo de su violador. Finalmente, Poniatowska satisface nuestra curiosidad respecto a su ancestro, el rey Stanislaw Poniatowski (1732-1798), al publicar una versión novelada y muy documentada de su accidentada existencia en dos tomos, El amante polaco I (2019) y II (2021), entreverada con su propia biografía simplificada, resaltando la sencillez de su vida en contraste con la opulencia de la corte rusa, donde nace la leyenda de Poniatowski; oponiendo su propio carácter ingenuo, idealista y ávido de conocimiento con el de su ancestro, quien, al parecer, perdió su trono por replicar estas características, no tan apetecibles para un hombre de Estado, por si fuera poco, fiel casi a muerte, sacrificando incluso la aseguranza de su descendencia, a una mujer que no lo merecía.

Varsovia-París-Ciudad de México

Pese a su ingenioso desarrollo de estas intrigas palaciegas, coetáneas de la Revolución Francesa, Poniatowska afirma no saber nada de política. Su incondicional apoyo a Andrés Manuel López Obrador le costó ser des-invitada a congresos internacionales, así como animadversiones irracionales, lo que no parece importarle más allá de no entender qué tienen qué ver sus afectos con su trabajo: “Me di cuenta de que la política no sólo es sentimiento: obedece a razones a las que no tengo acceso.”

La razón por la que Poniatowska no escribió antes la biografía de este tío trastatarabuelo, era la poca información con que contaba, según expone en el prólogo del libro I. Stanislaw II no sólo se vio forzado a abdicar en medio de una circunstancia intolerable, sino que Polonia fue literalmente borrada de los mapas tras dicho cisma. La escritora nacida en París, pero más mexicana que el mole (llegó aquí a los cinco años de edad) sabía que su ancestro había llevado diarios en francés, publicados ya entrado el siglo XX. Las referencias al personaje eran escasas, no muy claras, paradójicas. Unos lo presentaban como un héroe. Otros, como un pusilánime. Los datos más fidedignos partían del año 1855, cuando su bisabuelo, Josef Poniatowski (sobrino del exrey) emigró junto con su hijo Stanislaw a Francia, donde nacerían sus descendientes, incluida la propia Hélene Elizabeth Louise Amélie Paula. Con el tiempo, y como con gotero, Elena fue reuniendo documentación sobre Stanislaw II; libros que parientes y amigos recolectaban para ella; otros tantos que ella misma encontró en alguna incursión por el viejo continente. Internet llegó para permitirle cotejar y redondear la información acumulada y, finalmente, casi a sus noventa años y con un daño oftalmológico que le impide pasar más de diez minutos ante la pantalla de la computadora (aludida en el libro II), se da el lujo de escribir su novela más ambiciosa; la recreación más fidedigna de la vida de Stanislaw August Poniatowski, príncipe viajero que dedica gran parte de su vida a debatir con grandes filósofos, ingleses y franceses (Voltaire lo desairó); que termina instalado en la corte de los zares cuando la que habría de ser la mujer más importante de su vida, una joven alemana llamada Sophie, unida en matrimonio por conveniencia con el excéntrico heredero Pedro Ulrich, trastoca su existencia en más de un sentido. El joven polaco habrá de convertirse en la máxima atracción, no sólo por su dominio de distintas artes, entre ellas el baile, también por moreno y galante. Pero en medio de tantas delicadas rosas que se lo disputan, él sólo tiene ojos para Sophie, la teutona alta, rubia y fornida, que gusta de cabalgar y vestir como varón.

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La niña Elena, por su parte, recibe educación de princesa mientras su padre combate en el ejército francés durante la segunda guerra: clases de ballet, lecciones de piano y de literatura, exquisitos modales. Todo cambia con el retorno de André Poniatowski: inesperado traslado de París a Ciudad de México. Elena no lo resiente tanto como su hermana Magda; pudiera decirse que tiene espíritu aventurero, o que se adapta rápidamente, incluso a la muy estricta escuela para señoritas en Estados Unidos. La esmerada educación no afianza su primer gran sueño, estudiar medicina en la UNAM. Terminará siendo periodista, empujada por una inagotable curiosidad y un cúmulo de lecturas. Vemos a la princesa Hélene ascender y descender de trolebuses como cualquier chica clasemediera, corriendo sobre tacones bajos, un poco como si bailara; anotando las respuestas de sus entrevistados en una libreta Scribe, resignada al trato condescendiente de sus pares masculinos, despertando curiosidad por su cabello rubio y ojos azules. Rusita, le dicen, y hace cola junto con otros empleados del periódico Excélsior para cobrar su quincena. Ser una atrevida reportera pareciera reñido con ser niña de familia, niña ingenua, pero en el caso de Elena se convertiría en su sello distintivo.

Entrevista con la escritora Elena Poniatowsca por su cumpleaños 90. Foto: ‘La Jornada’ / José Antonio López

Lo que es perder… luego ganar

La ingenuidad puede ser arma de doble filo cuando el enamoramiento nos vuelve confiados, ciegos, incapaces de ver más allá de las virtudes del ser amado. Le ocurre tanto al futuro rey Stanislaw como a la futura Premio Cervantes 2013. Él se deja engullir por las delicias equívocas de la corte rusa, y cuando una vuelta de tuerca convierte a su amada Sophie en Catalina, emperatriz de todas las rusias, siendo él su favorito (pero no el único), Stanislaw acepta tomar la “vacante” de rey de Polonia, más por amor que por ambición, a sabiendas de que será un peón político. El patriotismo, no obstante, terminará inflamando su alma y oponiéndose a las imposiciones de Catalina. Elenita, por su parte, se cruza en el camino del Maestro y sus zapatos sin bolear, a quien visita confiadamente como tantos otros jóvenes, enamorada de su ingenio histriónico y su talento literario. Nunca imagina que cuando quedan a solas él se transformará en una especie de vampiro que le impedirá alcanzar la puerta de salida. Las Cuatro estaciones, de Vivaldi suenan al momento de él darle una bofetada durante el acto del que no logra escapar. Stanislaw también queda atrapado en la compleja red de Catalina, igual, sin escapatoria.

Poco antes de renunciar a su cargo de primer ministro, el inglés Boris Johnson declaró que la guerra de Rusia contra Ucrania había sido provocada por el exceso de testosterona de Vladimir Putin. Nunca escuchó hablar del exceso de estrógenos de la zarina Catalina, a quien le encantaba declarar la guerra e invadir a diestra y siniestra.

Ni siquiera el traumático encuentro con un hombre que pudo seducirla en vez de violarla, altera el carácter ni la felicidad de vivir de Elenita. Ni al ser recluida en un convento italiano para que nadie se entere de que está embarazada. Con todo y su dulce carácter, ganó testosterona para asumir una maternidad responsable de su primer hijo, impidiendo que lo hicieran pasar por su hermano. Más adelante conocerá al hosco astrónomo Guillermo Haro, durante una entrevista que le hace en el Observatorio que se convertiría en un segundo hogar para ella. Pese al carácter dominante de este personaje, al que conocimos como Lorenzo de Tena en La piel del cielo, Elena resuelve pasar la vida con él y tener dos hijos más, Felipe y Paula. El mayor, Mane, será quien siga los pasos de su padre adoptivo. Stanislaw tiene que construir su reino desde cero. Llega a un castillo sumido en tenebras de abandono y polvo que, con el tiempo, de a poquito, transformará en un lugar de referencia, una de las más exquisitas cortes de Europa. El rey tiene grandes planes para mejorar las condiciones de vida de su pueblo; se rodea de filósofos, científicos, intelectuales…, pero cada vez que intenta poner en práctica alguno de sus proyectos, la matrushka jala su rienda a través de embajadores que en realidad son espías. La mansedumbre del rey comienza a impacientar a sus súbditos, en particular a su impetuoso sobrino Josef, presto a tomar las armas con tal de quitarse el yugo ruso. Lo cierto es que Stanislaw anhela la paz, consciente de que su única garantía para perpetuarla es someterse a su zarina. Sus casi utópicos ideales, de cierto sesgo socialista, resultan incomprensibles para los cortesanos, a quienes poco les importa que los campesinos aprendan a leer. Otro delicado asunto es que él ya le ha ofrendado su corazón a Catalina que, aunque para esas alturas luce muy distinta a la Sophie que conoció y no ha querido volver a verlo, le obstruye otras posibilidades de enamoramiento. Su amante oficial, una viuda con varios hijos, algunos ilegítimos del mismo Stanislaw, le produce sosiego y alguna ilusión de familia.

Pero la engañosa paz es tensa y terminará por romperse. Elenita conoce bien la sensación: la sintió en Tlatelolco en el ’68; abriéndose paso por entre la selva chiapaneca en el ’94, detrás del Subcomandante Marcos. Sabe, como Stanislaw, lo que es una lluvia de insultos y lo que es tener una incondicional, como Martina, la de las uñas duritas como piedras. Sabe lo que se siente perder a queridos amigos, como Alaide Foppa, Manuel Buendía, Carlos Monsiváis, reencarnado en uno de sus gatos. Lo que es perder, luego ganar. O viceversa, “Ahora que soy vieja, siento miedo por lo que fui; una hoja de papel de china en una azotea.”

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