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Opinión

El último lector | La música es el dolor de los dioses en este mundo

Por: Rael Salvador

I

PULPOS DISECADOS DE UN PLANETA SIN AMOR

No tengo tres manos.

Por eso cuando tengo que hacer algo, cualquier cosa —subirle el volumen a la música, empinarme la copa de vino blanco, acariciarte con gracia o atragantarme con un ostión ahumado en la cocina—, la lectura se aplasta en mi pecho y el único brazo libre se ocupa… 

Entonces, en la luz persistente de la soledad, mi cuerpo es el latiente separador humano que baila dulcemente con las páginas de la inmortalidad.

No tengo tres manos, sino un libro en la grasa epiléptica del corazón.

Mutilado de todo, sólo soy lo que queda de un pulpo feliz que aún lee.

Un día de cielo despejado y mucho Sol, una niña me preguntó: “Poeta, ¿qué son las arañas?”. 

Como un profeta desnudo que canta y baila, respondí: “Pulpos disecados de un planeta sin amor”.

II

UNA NOTA DE MÚSICA EN LA NIEVE

El instinto lo ha remolcado al corazón celeste del hielo. 

Transcurre la silenciosa música de la noche en su cercano carrusel de estrellas y, entre el lento vapor del miedo, como sabemos, los hombres siempre arrastran a su madre. 

Pesados, como la nieve, los párpados apenas le permiten algún quejido —una herida de bala o de amor se observa siempre mayor en un bebé—. Entonces, en un hálito no más transparente que la luz en el agua, el osezno —cría perdida en la caza— se reconcentra en su nidito de frío y mure.

III

CORAZÓN QUE ABRE ALAS A LAS PALABRAS

Ella lee y el mundo cambia.

Una llama intermedia es la lectura, luz que levita y angeliza.

¿Qué arte es esta magia? ¿De dónde este alumbramiento que se derrama? ¿Es su libro la llave que desencarcela el infinito? 

Leer es despertar la voz del pensamiento, corazón que abre alas a las palabras.

Todo renace cuando se pone por escrito: un beso, también la soledad del alma, el nombre que acaricia al indefenso, la Luna como seno en su latido, el oro de las gramíneas y el sensible rumor que las acompaña…

Ella lee y el mundo es otro. 

En el silencio, la música de las palabras. En las palabras, el eco de los sentidos. En los sentidos, todavía el frescor de la copa de agua… Y una sonrisa, también la transparencia del mármol, la nube acariciada por el habla, el Sol como terciopelo de duraznos y, cubo de luz, la canasta tejida por sus rayos…

Y es en ese vals en calma, luz de las hierbas doradas, donde ha de reaparecer la vida compaginada en alma…

Ella lee y el mundo es su libro. 

IV

METAFÍSICA DE LOS ABANICOS

La apatía desnuda es simple huésped de nuestros hábitos, de ahí que los abanicos en las manos, como la musicalidad cósmica de la bisutería diversa, liberan de la estrecha variedad de lo servil y, en su vuelco celeste —herencia del azul más cuervo—, retornamos a la metafísica de Vishnu, avatar de la veneración en el hinduismo, para avivar, atizar, estimular, excitar el fuego a partir de la divinidad diáfana del viento, cristal de niebla, enardecido exhalar del Everest. 

Efectivo sortilegio mandarín ante los males de espíritu en el extremo Oriente y símbolo de dignidad en la madre África, empluma su camino a la inmortalidad en nuestras manos por la imitación taoísta de los pájaros. El abanico sustituye el manoteo estéril contra los demonios y, en su pureza sensual, nos ofrece la delicadeza de ser un bello sirviente de las llamas… 

Y, cansado ya de éstas, se encarga también de sofocarlas. 

V

MÚSICA DE LAS PALABRAS

Aparte de contar con significado, las palabras poseen interpretaciones, evocaciones utilitarias, subjetividades tendenciosas, apellidos en el pelaje de quien las emite… 

Son aquellas donde se denota que son graduales en su contexto discursivo, sobre todo en el canje seductor de un sí por una oportunidad de mierda. 

Por todo ello, hay palabras que son monedas para pobres diablos, que nada tienen que ver con aquellas que nos aproximan a lo trascendente, a lo divino, a lo numénico.

raelart@hotmail.com

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