Opinión

El último lector | Tiempos de asesinos / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

Si la obscenidad de la guerra resulta permisible, ¿cómo podemos sostener una postura ética ante la pedofilia, la violación, el feminicidio y otras muchas taras que categorizan al hombre en la deshumanización y no permiten desarticularlo de la barbarie en la escala de lo que es consciente y sabe lo que hace?

Como lo dice Ayn Rand, la especie humana solo tiene dos capacidades ilimitadas: “sufrir y mentir”.

La guerra, instinto bárbaro —rebosante de absurdos que, para la “lógica” de la incoherencia militar, se revelan hasta cierto grado “heroicos”— no es el resultado de la cultura del hombre. Si la cultura —en su entramado de estado y nación; es decir, de espacio y abstracción— se traduce en convivencia pacífica es porque atiende el avance de lo humano ante la deflagración bélica: la procuración de injusticia y el crimen automatizado quedan atrás, entonces la paz se instala como trofeo de guerra.

Los elementos de disuasión son históricos: demasiadas guerras, útiles sólo para sacar lecciones de ellas. Estrategias de golpe y dolor que, sin ir más lejos, desde Hiroshima y Nagasaki, Vietnam e Irak, navegan hacia el presente teñidas de muerte masiva y tumoración nuclear.

Tiempo de asesinos, pavoroso.

Al parecer, a la guerra del comercio —con sus cifras inconcebibles, traducidas en hordas de desplazados y desclasados por todo el planeta— ahora le sigue la “guerra caliente”, la que dejó de ser “fría” en los años 90 del siglo pasado, con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), dando pasa a la imperante hegemonía desastrosa de los Estados Unidos.

Entre el humo de los “bombardeos inteligentes” todo se desdibuja… pero no los motivos constitutivos del los orígenes de los conflictos bélicos: colonialismo, invasiones, depredación, anexiones, despojos, pillajes, conejillos de indias, etc. Todos crímenes contra la humanidad, que todavía no han sido debidamente “controlados” en el laboratorio de “élite” —me cuesta decir “democrática”— que los manipula, promociona, pone en venta o los lleva a la práctica.

Las furtivas depresiones económicas —consecuencia de ciertas plagas emocionales, emanadas de los caminos neurológicamente rotos, ansias vulneradas y vergonzosas— arrastran a las crisis internacionales, que modifican la estructura endeble y la regularidad incierta del mundo en el que habitamos.

Entresacada con cautela de los funerales del ayer, “Nada permanece sepultado para siempre” parece ser hoy la frase idónea para los “enterradores” de Marx. Me gustaría oír a Svetlana Aleksiévich, sobre todo en estos momentos cruentos que no dejo de escuchar las palabras asertivas y trágicas de Anna Politkóskaya, la corresponsal de guerra (asesinada en el régimen de Putin en 2006).

¿Por qué desestabiliza a Occidente la felonía de Putin, ese faisán de oro seducido por los demonios?

Se necesita ser intencionalmente cruel o inconscientemente idiota —y el hombre lo es por partes iguales (lo anterior, como para tener miedo de nosotros mismos)— y sembrar en el escenario de la recién “concluida” pandemia el estallido mediático de una guerra polarizante (contrapuesta en intereses). La agudeza en juego del gato y el ratón en dimensión radioactiva.

¿Se quiere poner a prueba la capacidad de trascendencia de la especie?

¿Qué diablos encubre estos tambores de guerra? Como en cualquier conflicto, las razones específicas de la desavenencia “militar” pueden atenderse y paliarse por vías diplomáticas: en el origen de cualquier conflicto también se encuentra la solución (aquí valdría observar la historia del suelo ruso y sus antiguos bastiones, como su inolvidable y nostálgico Kiev en Ucrania). Si los argumentos lógicos se agotan en las posturas opuestas, están las leyes matemáticas —Balcanes estadísticos, por no nombrar el Holocausto—, que contabilizan gafas, zapatos, huesos varios, montañas de pelos, cadáveres, daños irreversibles, violaciones, entrañas repartidas, inclemencias, desgracias —monstruosamente referidas— en sus no tan hipotéticas degradaciones.

¿En su función pronostica, qué se prevé de la acción de guerra en el futuro inmediato? La guerra recién iniciada, como es lógico, ya se enumeran víctimas, por no hablar aún de los daños infringidos a la sociedad civil, en estos momentos sin luz, sin gas, sin agua, sin comida, en fuego abierto, sin esperanzas…

Los medios de comunicación —distracción mal alimentada— hacen una caricatura ácida de los sucesos —malograda, como en la crisis del Covid-19—, poco realista, ausente de corazón y carente de cerebro, como si de nuevo se dibujara con una cola de “marrano” le Estrella de David en la gran puerta que se abre al umbral del siglo XXI.

¿Humanitarismo? No. Esta es una crisis de intereses que —por citar lo mínimo comprensible— se arrastra de entre las cenizas del 11S y, desaforada, lanza su mordisco emponzoñado en las cargas aéreas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). ¿Ya no sabemos cazar víboras? El reciente conflicto mundial asemeja una cicatriz que serpentea la pútrida metafísica de la nueva era digital y su violencia tecnologizada.

¿Afecta el conflicto “ruso-ucraniano” a los intereses de EEUU o esta “gran nación” —autonombrada Policía del Planeta— sacará beneficios del conflicto, vendiendo armamento ante la “emergencia internacional” e instalando las mañosas labores de reconstrucción (después de los bombardeos estratégicos) cuando no dejen sino escombros, mutilación, desolación y muerte?

Se producen armas para disponer de ellas y esa producción contempla en sus catálogos la venta de armamento nuclear. Tiempo de asesinos, algo que nunca debimos permitir.

En la globalización se ha redibujado el planisferio con líneas divisorias muy tenues —vaporizadas, pero aún visibles— que nos permiten todavía observar los conflictos internos —los levantamientos, las huelgas (reventadas), las declaraciones de independencia, las rebeliones, las revueltas, las revoluciones, las contrarrevoluciones, etc.—, los cuales, gracias a los “hombres de la guerra”, terminan en graves conflagraciones internacionales, como la que en este mismo instante estamos padeciendo

La avanzada de los rusos a terreno independentista puede ser el ejemplo que sobresale bajo la alfombra de un agotado Derecho Internacional —que, desde la hedionda luz de los cadáveres, ya no regula nada— y que vulnera los nudos “contrahechos” que resguardan inoperantes acuerdos de paz.

Capitulación incondicional, la vida dañada continúa su peregrinaje de bestia en el escenario cansado de otra guerra famélica. Sí —encomiable tiempo de asesinos—, hemos ofrecido año con año el Premio Nobel de la Paz, pero no la paz.

Imperturbable idiotez, la miserable belleza de la paz es sólo un trofeo de guerra.

raelart@hotmail.com

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