Opinión

Mar de historias / Solo mujeres

Por: Cristina Pacheco

Llorando y a toda prisa, Carolina baja las escaleras. Su actitud y su precipitación provocan curiosidad y extrañeza entre quienes la miran desde las oficinas. La sigue Nayeli, secretaria del contador Narváez en Recursos Humanos.

Nayeli: –No corras, te puedes caer.

Carolina: –¡Qué me importa! (Gira hacia su compañera.) Si vienes a decirme otra vez que no llore, mejor ¡cállate!

Nayeli: –¿A dónde vas?

Carolina: –¡Al carajo! A donde me mandó tu jefe.

Nayeli: –Pero no tienes que irte ahorita.

Carolina (llegando a la recepción): –¿Y a qué me espero? A que todos vengan a verme y decirme con lástima: «Ay, pobrecita, ya sabemos que te despidió Narváez».

Nayeli: –Él tiene que cumplir órdenes, pero no es mala agente.

Carolina: –Ahora te vas a poner a defenderlo. (Irónica.) Está bien que hagas méritos.

Nayeli: –Sé que vas a malinterpretar todo lo que te diga porque estás muy alterada y lo comprendo, pero ¡cálmate! Te veo muy pálida. ¿Quieres que llame a la doctora?

Carolina: –No, gracias. Mejor vuelve a la oficina, no sea que tu jefe te necesite. (En tono más suave.) En serio, estoy bien. Nomás descanso un momentito y luego me voy.

II

Sentada en la banca, junto a la puerta, Carolina se limpia los ojos con el dorso de la mano mientras la observa Nayeli.

Carolina: –¿Qué hago? Si regreso a la casa a estas horas… ¿Qué dirá mi familia cuando sepa que ya no tengo trabajo?

Nayeli: –¡Nada! Tendrán que entender que no fue tu culpa.

Carolina: –Ninguna de las cosas jodidas que me suceden son culpa mía, pero de todos modos acabo pagando los platos rotos. (Vuelta hacia Nayeli.) Pensé que todo iba bien conmigo y resulta que no, que ya me habían echado el ojo para correrme.

Nayeli (en tono más bajo): –No nada más a ti. Por lo que he oído, el mes que viene también van a despedir a varias de tu departamento. Por lo pronto a Sonia, Rosario, Emoé y Josefina.

Carolina: –¿Te fijas? Están recortando a puras viejas, pero a los hombres ¡ni quién los toque! ¿Por qué será?

Nayeli: –¡No sé! A lo mejor porque se supone que ellos tienen más obligaciones con la familia, más compromisos.

Carolina: –El que lo piense debería sentarse con nosotras en el comedor para que oiga de lo que hablamos durante la comida. (Escucha el celular que lleva en la bolsa de su bata.) Seguro es mi tía Elena para decirme que, de regreso, recoja los zapatos de Tadeo. Me lo recuerda a diario y a diario se me olvida.

Nayeli: –No sabía que tuvieras un hijo.

Carolina: –Tadeo es mi hermano. Lleva más de un año viviendo con nosotros.

Nayeli: –Él, ¿a qué se dedica?

Carolina: –A quejarse todo el santo día. Vive furioso o deprimido, creo que por eso las mujeres no le duran: lleva tres separaciones. La última hizo bien en largarse. (Suena la chicharra.) Ya va a ser hora de la comida.

Nayeli: –¡Quédate! Todavía tienes derecho a comedor.

Carolina: –No, prefiero irme. Mis compañeras ya han de saber que me echaron y si alguna me pobretea, capaz que le armo un despelote.

Nayeli: –Salgo en 15 minutos. Espérame en el camellón y nos vamos a comer con «La Caldosa». Yo invito. (Toca el hombro de Carolina.) Veo que ya te sientes mejor. Hablar siempre es bueno.

Carolina: –Depende con quién. Hablar con tu jefe no fue muy bueno que digamos. No puedo olvidarme del tonito mamón con que me dijo: «“Lo siento, m’hija, pero el lunes ya no te presentas».” Nunca pensé que eso iba a sucederme. (Mira las chimeneas y los altos muros de la fábrica.) Me encariñé con esto. Pensé que con el tiempo iba a mejorar y que, como Aurora, me haría vieja aquí.

Nayeli: –No te lo dije, pero también van a despedirla.

Carolina: –¿Por qué? No me cae bien, pero reconozco que es una contadora muy chingona.

Nayeli: –Por lo que dijiste: se hizo vieja y ahora en todas partes solo quieren contratar a gente joven.

Carolina: –… que se hará vieja y la remplazarán por otra joven que también envejecerá y así, siempre. (Escucha de nuevo el celular.) ¡Qué lata!

Mejor contesto porque si no… Tadeo, ¿qué pasa? ¿Mi tía se cayó de la azotea? Y ¿qué esperas para llevarla al hospital? Ah, ya están allí. ¿A cuál la llevaste? Pues estará muy cerca de la casa, pero es particular, ¿te imaginas..? ¿Cómo que no la reciben si no das el depósito? Págalo con tu tarjeta. ¿Y por qué no puedes usarla? Te di para que abonaras el mínimo… Sí, ya me imagino. Luego me dices, ahorita lo importante es que atiendan a mi tía… Pues dile a la recepcionista que ahorita voy a pagar. Me tardo lo que haga de aquí para allá. Sí, sí, tomaré un taxi, no te preocupes.

Nayeli: –¿Qué pasó?

Carmina: –Mi tía Elena se cayó de la azotea y mi hermano tuvo que llevarla al hospital, pero no le dan el ingreso si no entrega el depósito.

Nayeli: –¿Y de cuánto es?

Carmina: –No me dijo, pero lo que sea tengo que pagarlo. A ver si aceptan mi tarjeta. Oye, ¿podrías prestarme algo? No tengo para el taxi.

Nayeli: –Traigo cien pesos. (Ve salir a Narváez.) Mira quién viene allí. Aprovecha. Pídele una cita para después, habla con él.

Carolina (acercándose a Narváez): –Señor, si tiene un momentito, quisiera hablar con usted.

Narváez: –Yo también. Qué bueno que no te has ido. Se me olvidó pedirte que me dejaras tu gafete para darlo de baja hoy mismo. (A Nayeli.) Que te lo entregue porque yo tengo mucha prisa.

Las dos mujeres permanecen inmóviles mientras Narváez se aleja rumbo al estacionamiento.

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