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Opinión

Mar de historias | Uvas negras / Cristina Pacheco

Por: Cristina Pacheco

Sobre la mesa del comedor ordena unos papeles Cloe Santoyo. Desde hace un año se desempeña como maestra de actuación en la residencia para adultos mayores “El Arte es Vida” (Aresvi, por sus siglas). Suspende su tarea cuando apare- cen Danilo, Lucero y Margarita, tres ancia- nos que actuarán en el cuadro dramático que escribió para que ellos lo representen el 31 de diciembre.

I

Cloe: –Llegan tarde. Pensé que se habían arre- pentido. ¿Están nerviosos?

Lucero: –Yo sí, un poquito. Como nunca antes había hecho esto.

Cloe: –No hay actor, por mucha experiencia que tenga, que no sienta nervios cuando sube al escenario.

Margarita (se lleva las manos al pecho): –No me diga que ya nos están viendo.

Cloe: –No, pero vaya haciéndose a la idea de que el día de la función habrá muchas personas que la miren.

Danilo (toma el cuadernillo que le entrega su maestra): –Y esto, ¿qué es o qué?

Cloe: –El libreto. Vamos a leerlo en voz alta para que empiecen a familiarizarse con sus personajes: Leonardo, Adelina y Julieta.

Margarita: –Disculpe: ¿no sería mejor que en la obra lleváramos nuestros nombres de pila? Si alguien se dirige a mí como a “Julieta”, no le haré caso; en cambio si me dicen Margarita, enseguida respondo. (A sus dos compañeros.) ¿A ustedes no les pasa lo mismo?

Cloe (al ver que Lucero y Danilo afirman): –Si con ese cambio van a sentirse más seguros, lo hacemos; pero hay algo que no podemos alterar: las edades. Danilo tiene 14 años; Lucero, 13 y Margarita 11. (Toma su libreto y lo enarbola): –¿Qué van a encontrar aquí? A una familia que por primera vez celebrará el fin de año con una cena formal. La madre, acompañada por sus hijos, hace los últimos arreglos en el comedor. El padre, comerciante que goza de cierta mejoría económica y hace poco dejó de ser alcohólico, fue a comprar unos regalos bajo promesa de que regresaría lo antes posible. La historia es muy sencilla, ¿no?

Danilo: –¿Pero qué va a suceder?

Cloe: –Eso nos lo contarán ustedes, los actores.

Lucero: (Lee el reparto): –Aquí dice que mi personaje tiene 11 años. Por nada del mundo querría ser niña otra vez. Mi infancia fue espantosa.

Cloe: –Un actor lleva al escenario sus experiencias de vida. Eso “espantoso” que le sucedió quizá la inspire en el momento de actuar.

Lucero: –A lo mejor, el problema es que soy muy tímida. Temo que de pronto no me salgan las palabras y entonces, ¿qué hago?

Cloe: –Por el momento eso no le está sucediendo, así que ¡a trabajar! Por favor ocupen sus lugares ante la mesa. En la primera escena estarán solos, platicando muy alegres; después la madre –o sea yo– aparece con un platón rebosante de uvas negras y lo pone en el centro de la mesa. Bajo la luz del candil las frutas brillan y son muy apetecibles para los niños, que aplauden entusiasmados.

¿Está todo claro? Entonces, comencemos con la lectura.

II

Margarita: –Mamá, ¿puedo tomar una uva?

Madre: –No, hasta que den las doce de la noche. Además, tenemos que esperar a que su padre regrese.

Margarita: –Ya quiero que vuelva para ver qué nos compró.

Danilo: –A mí me gustaría que me trajera un avión para irme lejos, volando.

Madre: –Lo que les traiga deben agradecérselo… Creo que tocaron. (Se levanta.) Debe ser papá, que otra vez olvidó la llave. Ustedes quédense aquí y mucho cuidado con agarrar las uvas.

Lucero: –¿A qué sabrán?

Danilo: –A dulce, ¡tonta! El otro día las probamos. (Ve reaparecer a su madre.) –¿Y mi papá?

Madre: –No era él. La vecina vino a pedirme tamarindos, pero le dije que se los puse todos al ponche. (Advierte la inquietud de sus hijos.) ¿Se dan cuenta de que nunca habíamos puesto una mesa tan bonita? Además, las uvas adornan mucho.

Lucero: –En la casa de los abuelos nunca nos daban de comer cosas ricas y la Nochebuena era aburridísima: todo era puro rezar y rezar.

Madre: –Niña, ¡no hables así de tus abuelos! Si tu padre llega a oírte, se pondrá furioso.

Margarita: –¿Por qué se tardará tanto?

Lucero: –Hace mucho frío y ya tengo hambre.

Madre: –Les voy a traer una tacita de… ¿Oyeron? Un coche se detuvo en la puerta. Ese sí ha de ser su padre. (Sale corriendo y regresa enseguida.) No era él, pero ya no debe tardar. ¿Qué les parece si mientras jugamos a las adivi-

nanzas? (No obtiene respuesta.) ¡Anímense, por Dios! Estamos de fiesta.

Lucero: –Ya son las diez.

Madre (impaciente): –Ya lo sé, no tienes que decírmelo. (Vuelve a levantarse.) Voy a poner a calentar la sopa y el pollo para que todo esté listo cuando llegue su padre. (Los niños se miran en silencio.)

III

En el comedor sólo se escucha el tic tac del reloj. Margarita y Lucero dormitan en sus sillas. Danilo mira a su madre con expresión tan severa que la cohíbe.

Madre: –Algo debe haber sucedido, si no él ya estaría aquí.

Danilo: –Se emborrachó.

Madre: –No digas eso (se aproxima a las niñas.)

–Hijas, despiértense. Voy a traerles la cena. Después brindamos por el año que está por comenzar. ¿No sienten emoción?

Lucero y Margarita se remueven aturdidas, y sin decir nada, miran hacia la cabecera frente a la que permanece una silla vacía. En el centro de la mesa las uvas negras siguen brillando, intactas, y el reloj marca las doce de la noche.

Telón.

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