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Opinión

Trump y las perspectivas de la justicia

Por: Editorial La Jornada

En apariencia, ayer se produjeron dos acontecimientos que estrechan el cerco en torno a Donald Trump por su intento de descarrilar la calificación de las elecciones de noviembre de 2020 y la sucesión presidencial del año siguiente. Por una parte, el ex mandatario fue citado a comparecer ante el Congreso “el 14 de noviembre o alrededor de esa fecha” para rendir cuentas por su papel en el asalto al Capitolio perpetrado el 6 de enero de 2021, cuando los legisladores debían cumplir un trámite protocolario para oficializar la victoria electoral de Joe Biden, sucesos que causaron la muerte inmediata de cuatro personas, heridas a un centenar de policías y probablemente fueron decisivos en el posterior suicidio de cuatro de los uniformados. El comité de la Cámara de Representantes que investiga los disturbios interpela al magnate afirmando: “usted estuvo en el centro del primer y único esfuerzo de cualquier presidente de Estados Unidos para anular una elección y usted también sabía que esta actividad era ilegal e inconstitucional”.

Por otro lado, un juez federal sentenció a cuatro meses de prisión y al pago de una multa de 6 mil 500 dólares a Steve Bannon, jefe de campaña de Trump en 2016 y jefe de estrategia de la Casa Blanca durante sus siete primeros meses en el poder.

En julio pasado, al promotor internacional de movimientos y partidos neofascistas se le declaró culpable de desacato por ignorar los emplazamientos a que entregara documentos y rindiera testimonio sobre el intento de golpe de Estado de enero de 2021.

Bannon es mucho más que un ex asesor de Trump: bien se le puede clasificar como el mayor ideólogo del trumpismo, como fenómeno de una ultraderecha que es a la vez patriotera, racista, xenofóbica, misógina, fundamentalista en lo religioso y militantemente antintelectual y anticientífica. Asimismo, a través de su plataforma multimedia Breitbart News se convirtió en uno de los más hábiles explotadores de la posverdad, esa forma de distorsión de la realidad que se produce cuando ya ni siquiera se construyen falsas verdades para sostener un discurso, sino que se desecha la factualidad y se le suplanta con apelaciones a la emocionalidad y las creencias del público. Las fake news, creadas o divulgadas por Bannon y abrazadas sin dubitaciones por millones de simpatizantes republicanos, son hasta hoy uno de los principales pilares de la popularidad de Trump, pese al distanciamiento oficial entre los personajes.

Sin embargo, es necesario remarcar que estos avances de las indagatorias sólo de manera aparente conducen a la justicia por los inocultables esfuerzos para subvertir el proceso democrático. En principio, Trump puede simplemente negarse a comparecer, mientras Bannon tiene la opción de impugnar y permanecerá en libertad en tanto no se resuelvan todas las apelaciones. Además, la operación completa podría venirse abajo si el 8 de noviembre el Partido Republicano arrebata a los demócratas el control sobre la Cámara baja. Incluso si el comité continúa sus trabajos, judicializa al magnate y logra una sentencia condenatoria, existe el peligro de que todo ello no haga sino favorecer su discurso de presentarse como víctima de una cacería de brujas urdida por quienes (a su decir) robaron la elección de 2020. Después de todo, pese a la abrumadora evidencia de que los comicios fueron limpios y de que Trump hizo todo lo que estaba legal o ilegalmente a su alcance para aferrarse al poder, continúa siendo la figura más popular entre sus correligionarios, y su apoyo fue crucial para hacerse con las candidaturas conservadoras al Congreso. Los republicanos que se le opusieron, como la vicepresidenta del comité del 6 de enero, Liz Cheney, fueron barridos en las primarias, por lo que el ex presidente ha reforzado, no perdido, su influencia.

Se trata de un escenario sombrío para Estados Unidos, con escasas perspectivas para la justicia y muchas para la impunidad e incluso el retorno de una figura que ha dado la espalda a la ley de forma sistemática y ha construido su éxito político a partir de la normalización de las ideologías más retardatarias.

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